Un día, un rey puso a dos pintores a competir, pidiéndoles que crearan el cuadro más bello que pudiera existir. Los dos artistas trabajaron en la misma estancia. Un cortina les separaba. Uno de ellos pintó un cuadro maravilloso mientras que el otro empleó su tiempo en pulir la pared con infinito cuidado.
Cuando el rey vino a ver el resultado, abrieron la cortina y, en un lado, vio el magnífico cuadro creado por el primer pintor y, en la pared opuesta, descubrió el reflejo del cuadro que era más hermoso que el original.
Esta historia la cuenta Ma Ananda Moyi. Podría parecer sospechosa en la medida en que el reflejo podría ser un robo de todo el trabajo que se tomó el primer pintor para realizar una obra magnífica.
Ma Ananda Moyi respondió a la persona que expuso esta reserva:
-Tú eres el discípulo. Has pulido la pared. Pero es el maestro, el gurú, el que ha pintado el cuadro, el que se ha tornado la molestia de hacer el trabajo.
Alguien te enseña algo, pinta el cuadro con aplicación para ti. Mientras él te enseña, tú lo asimilas, te dedicas a pulir tu pared.
[Alejandro Jodorowsky, La sabiduría de los cuentos]