miércoles, 23 de junio de 2010

Encontrar a Dios

Estaba sentado en mi oficina limpiando el cañón de mi 38 y preguntándome cuál sería mi próximo caso. Me gusta ser detective privado. Cierto, tiene sus inconvenientes, me han dejado más de una vez las encías hechas papilla, pero el dulce aroma de los billetes de banco tiene también sus ventajas. Nada que ver con las mujeres, que son una preocupación menor para mí y que coloco, en mi escala de valores, justo antes del acto de respirar. Por eso, cuando se abrió la puerta de mi oficina y entró una rubia de pelo largo llamada Heather Butkiss y me dijo que era modelo y que necesitaba mi ayuda, mis glándulas salivares se pusieron a segregar desaforadamente. Llevaba una minifalda y un jersey ajustado, y su cuerpo describió una serie de parábolas que habrían podido provocar un ataque cardíaco a un buey.

—¿Qué puedo hacer por ti, muñeca?

—Quiero que encuentre a una persona.

—¿Una persona perdida? ¿Has hablado con la policía?

—No exactamente, señor Lupowitz.

—Llámame Kaiser, muñeca. Pues bien, ¿de quién se trata?

—Dios.

—¿Dios?

—Así es, Dios. El Creador, el Principio Universal, el Ser Supremo, el Todopoderoso. Quiero que usted me lo encuentre.

Ha desfilado ya por mi oficina más de un buen bocado, pero, cuando una chica está tan buena como ésta, uno debe escucharla hasta el final.

—¿Por qué?

—Kaiser, eso es asunto mío. Usted ocúpese de encontrarlo.

—Lo siento, bombón. No has dado con el tipo adecuado...

—Pero, ¿por qué?

—... a no ser que me des toda la información —dije poniéndome de pie.

—Está bien, está bien —dijo ella y se mordió el labio inferior. Enderezó las costuras de sus medias, gesto hecho evidentemente para mí, pero, cuando trabajo, trabajo, y no era el momento de andarse con tonterías.

—No nos apartemos del tema, nena.

—Bueno, la verdad es... que en realidad no soy modelo.

—¿No?

—No. Tampoco me llamo Heather Butkiss. Soy Claire Rosensweig, y estudio en Vassar. Filosofía. Historia del pensamiento occidental y todo eso. Tengo que entregar un trabajo en enero. Sobre religión occidental. Todas las chicas de la clase entregarán estudios teóricos. Pero yo ¡quiero saber! El profesor Grebanier dijo que si alguien descubre la Verdad puede llegar a aprobar el curso. Y mi padre me prometió un Mercedes si apruebo con sobresaliente.

(...)


Woody Allen [Getting Even]

lunes, 21 de junio de 2010

miércoles, 9 de junio de 2010

El cine que no vemos

Indefectiblemente, los festivales están asociados a la frase “el cine que no vemos”, insistente pero cierta. Existió un tiempo en que las películas comerciales y el cine de autor compartían las mismas salas de los circuitos de explotación, y no hacía falta promocionar a los festivales como “el cine que no vemos”.

Pero desde hace años se abrió una brecha, y el mercado decidió que el público sólo vería entretenimientos comerciales, desalojando al cine de autor, al cual se lo discriminó llamándolo “el otro cine”, y que encontró su refugio en los festivales. Además, las películas se multiplicaron por las facilidades proporcionadas por las nuevas tecnologías digitales.

Esa abundancia se refleja en los catálogos de los festivales, donde una fronda de nombres de directores taiwaneses, serbios y finlandeses suelen resultar desconocidos a la hora de seleccionar una película para ver.

Por lo tanto, si uno tropieza con un nombre familiar, siente alivio, como el del respetado Harun Farocki, alemán de origen turco, uno de los documentalistas más originales de la actualidad, que el público santafesino tuvo la fortuna de apreciar en un ciclo en ATE. De Farocki se proyectó el mediometraje “En comparación”, muy reciente. Su tema es el ladrillo, de interés tanto para albañiles y arquitectos, como para estudiosos de la cultura industrial.

Farocki describe minuciosamente la manufactura y fabricación de ladrillos en Burkina Faso, la India y países europeos desarrollados, con su estilo parco, casi arisco, suministrando la información mínima con breves subtítulos. Como siempre, exige concentración al espectador.

Hay procesos primitivos, como en Burkina Faso, con un trabajo comunitario organizado, sin cocción. En la India la escala es otra, pero siempre con sudor humano. De todos modos, hay mezcladoras, alguna precaria cinta transportadora y los ladrillos se cocinan. En los países europeos los ladrillos salen de fábricas de gran tecnología, al extremo de que no se ven seres humanos, salvo uno, aburrido frente a un tablero y un monitor. La automatización y los robots los han desplazado. Y los ladrillos, unidos en paneles, forman una superficie pixelada, como una suerte de diseño abstracto, donde ya no hay rastros del esfuerzo humano. Partiendo del ladrillo, Farocki ha comparado el trabajo en las sociedades tradicionales y en las sociedad industrial.

[Roberto Maurer, diario El Litoral de Santa Fe, Argentina]

jueves, 3 de junio de 2010

Documental

Cuando uno ve una película no sabe si es un film de ficción o un documental. Las apariencias pueden engañarnos. Una película que parte de un hecho real no es necesariamente un documental y otra que cuenta una historia no es inevitablemente de ficción. Incluso existen películas de ficción que utilizan elementos que constituyen lo que se podría llamar "estilo" documental y hay cineastas documentalistas que confiesan que han buscado en sus películas el estilo del film de ficción.
El cine documental, al parecer, tiene ciertas obligaciones, como la de "enseñar" algo que uno no sabe, o mostrar cosas de manera "objetiva", es decir impersonal, que no parecen ser sino tentativas para arrinconarlo, para impedirle ser, plenamente, cine.
Cuando un espectador de televisión, manejando el control remoto, llega a uno de los canales llamados documentales, lo que generalmente ve es la gigantesca cabeza de un insecto, una hormiga o una araña. Esa es la marca del documental en la televisión.
El relativo éxito de este tipo de documentales (al menos se logra que alguien que "normalmente" hubiese cambiado rápidamente de canal siga viendo el programa) se basa en algo que es al mismo tiempo un malentendido y un componente real del cine documental: el espectador considera que debe seguir viendo el programa a pesar de que le aburra, porque está aprendiendo algo.

miércoles, 2 de junio de 2010