En 1994 una aparición estelar conmovió el mercado de los videojuegos. Hablamos de Quake, que redefiniría y consagraría ya para siempre el género imprimiéndole unos estándares de realismo difícimente superables. Su compañía creadora, Id Software desarrolló un motor que se encontraba técnicamente muy por delante de cualquier otro, y supo además utilizarlo para crear unas atmósferas tétricas y un juego de tonos ocres donde las fuentes de luz cambiaban a tiempo real, creando efectos francamente escalofriantes.
Se daba además un hecho anómalo: un músico de rock industrial de primera línea –Trent Reznor, de Nine Inch Nails– componía no sólo la banda sonora del juego, que se adjuntaba como disco instrumental de larga duración en el propio CD-ROM de instalación, sino que también se hacía cargo de los efectos de sonido del mismo. Su aportación se debió, en sus propias palabras, a que siempre había sido un fanático de Doom y de los juegos de Id Software. Definitivamente las cosas estaban cambiando, y los videojuegos comenzaban a influenciar a artistas de otros ámbitos.