lunes, 5 de octubre de 2009

Tiempo

Cualquier medio para contar historias lo primero que se plantea es la forma en que interpretará el tiempo. Éste es el primer artificio del que, por razones obvias, tiene que echar mano cualquier artista para plasmar lo que le pasa por la cabeza. Cada género establece unos códigos temporales que se afianzan en el medio y se unen a esa paradoja que es la verosimilitud. Una novela puede abarcar mil años o un día y por tanto, ya sea porque el tiempo es superior al que emplearemos en su lectura o viceversa, se busca una forma de representarlo. En el cine ocurre lo mismo, vemos la vida entera de un personaje o unas horas de su periplo vital, pero la película dura lo mismo y recrea ese devenir de las horas a través de artificios: fundidos, cambios de vestuario, el tópico fundido entre un cenicero vacío y otro lleno de colillas... El lector de la obra conoce los códigos que se emplean y los asimila sin estridencias. Al fin y al cabo, cualquier historia lo único que narra es el transcurso del tiempo en una situación determinada. Y la forma de estructurar el paso del tiempo, en la tradición occidental, es cronológica. En cambio, si nos sumergimos en la tradición oriental nos hallamos ante un tiempo que transcurre cíclicamente. El orden no es tan importante, como el momento, aislado, sin tener que enmarcarlo en un antes y en después. En ese sentido, la narrativa tanto del manga como del anime, pondera la emoción del instante por encima del encapsulamiento ordenado del tiempo. Por lo tanto, lo que prima en el anime es la emoción, la intensidad, un tempo más sentido que transcurrido. Y detener ese tiempo no es ralentizar la película, si no conferirle una dimensión épica. Por lo tanto, las escenas se alargan lo indecible como una señal de énfasis sobre lo que acontece y como la forma de transmitir una experiencia única, envolvente y vívida. Una jugada de un partido de fútbol puede durar todo un capítulo entero. Y eso no hace que el ritmo de la narración decaiga, si no al contrario: la intensifica y la dota de una dimensión heroica. En la tradición occidental, las grandes escenas parece que deban representarse de forma acelerada, como si la suma de acontecimientos se tradujera en un incremento de la vibración que producen en el espectador. En cambio, en el anime se trata de disfrutar la escena, como una gran jugada retransmitida a cámara lenta, para que el público no pierda detalle y se sumerja totalmente en lo que está viendo, perdiendo, paradójicamente, la noción del tiempo.