A finales de los 80, en casi todos los países europeos, y principalmente en Alemania, Francia, Italia y España, surgió una demanda de productos que pudieran competir, en mayor o menor medida, con el todopoderoso cómic norteamericano de superhéroes, representado por las dos grandes empresas Marvel y DC, y por eso se emitieron bastantes series de anime (el récord se lo llevó Italia, que inundó las pantallas de anime en horario infantil como ningún otro país del viejo continente), destacando por encima de todas Dragon Ball.
Esta serie, todo un paradigma que aglutinaba una nueva estética y narrativa para los ojos europeos, triunfó gracias a su humor y a su dramatismo, centrado en los combates épicos del protagonista, Son Goku, y sus amigos. Las televisiones se vieron sorprendidas cuando, por ejemplo en Cataluña, tras la emisión de la primera temporada de la serie, se produjo una avalancha de cartas de niños que pedían (exigían, en su mayor parte) la reemisión de la serie y/o su continuación, ante el asombro de unos programadores, para los que Dragon Ball era otro producto con que llenar la parrilla. En este caso, la editorial Shueisha había hecho los deberes y ya tenía preparado un contrato muy diferente para la venta de la continuación, mucho más elevado que el inicial, sabiendo o habiendo previsto de manera muy inteligente, que su serie iba a triunfar. Después de un pequeño parón debido a las negociaciones (negociar con Japón habitualmente demanda bastante tiempo), la serie continuó e inició lo que todo el mundo apunta como el boom del manga-anime.