"Desde que lo conozco, Buñuel me habló siempre de hacer un film sobre las herejías, la herejía religiosa en el interior de la Iglesia católica, porque eso es algo que lo fascina, pero nunca había hallado la forma que dar a ese film. En 1967, en Venecia, después del éxito de Belle de Jour, estuvimos algunos días solos y me preguntó, de pronto, si aceptaba pasar dos meses con él, sin compromiso alguno, para documentarnos sobre las herejías y ver qué forma podría darse a un film con ese tema. Naturalmente, me apresuré a aceptar. Entonces nos fuimos a un lugar apartado de Andalucía, en la sierra. Allí estuvimos mes y medio. Llevamos muchas obras, el famoso diccionario de las herejías del abad Pluquet, nuestra Biblia, y otras maravillas. A veces encontrábamos algunos cazadores, que volvían al anochecer, pero aparte de eso no estábamos allí más que nosotros dos.
Un gran hotel, muy hermoso, en la montaña. Una especie de felicidad. Hablábamos de la Gracia, de la Santa Trinidad, durante todo el día. El otoño era soberbio. A los dos meses ya teníamos escrito un proyecto de argumento que constituía una cincuentena de páginas.
Se lo dimos a leer a un productor que vino a Madrid y al cabo de una hora lo aceptó (era el productor del Diario de una camarera, Serge Silberman). Le gustó, presintió realmente el film. Buñuel tenía asuntos que arreglar en México, y se fue para allá; yo también tenía cosas que me esperaban, pero en febrero volvimos a reunirnos en México, en un hotel alejado de la capital, en pleno trópico, en San José Purúa, donde él ha escrito todos sus argumentos desde 1948 (es hombre de costumbres). Trabajamos en el argumento, lo cambiamos mucho, y al final de marzo Buñuel vino a París para comenzar la preparación del film; yo me quedé tres semanas en Nueva York, donde trabajaba con Forman. Me cité con Buñuel en París, a finales de abril, y allí terminamos el guión, que filmó ese verano. Esta es la historia. Hay muchas cosas en este film. Y la exégesis podrá darse vuelo. Es un film irrealista, quiero decir un film maravilloso en el sentido original de la palabra.
Tomamos como pretexto dos peregrinos, mitad vagabundos, mitad mendigos, mitad ladrones, que, en nuestros días, van de París a Santiago de Compostela, es decir, que hacen la famosa peregrinación sobre el camino de Santiago. Por el camino, que recorren unas veces a pie y otras andando (como ellos dicen), a veces incluso haciendo dedo, tienen muchos encuentros y sufren varias aventuras. La forma es un poco la de las novelas picarescas españolas del siglo XVI, por ejemplo El Lazarillo de Tormes, en las que alguien sale de su pueblo para caminar hacia no se sabe dónde. ¿Adónde va Don Quijote? Nunca se sabrá... Aquí es un poco lo mismo. Están dispuestos a detenerse donde sea, a encontrar Io que sea, y se topan con cosas enteramente extrañas, frecuentemente sobrenaturales. En cierto modo es la vía de los prodigios la que los lleva a Santiago, y todo lo que encuentran de cerca o de lejos concierne a la historia de nuestra santa religión, particularmente a la historia de las herejías. Esta dispersión, este movimiento, estas detenciones, a veces cortas, a veces largas, nos han evitado, creo, hacer un film demasiado didáctico, pero de hecho todos los grandes misterios de la religión católica que han suscitado herejías (porque las herejías nacen siempre de los misterios), son evocados uno tras otro, y me parece que esto será claro para las mentes enteradas y aun para las no enteradas.
Sólo una secuencia se hizo para que fuese incomprensible, la que concierne a los problemas de la gracia y la libertad, el duelo entre el jesuita y el jansenita. Y son así, las palabras pueden ser oscuras, pero son exactas. Hay otro punto que debiera ser evidente: es un film de ambiente religioso, que trata únicamente, y de modo casi obsesivo, problemas religiosos y heréticos. De hecho, este itinerario, estas contradicciones, estos problemas, podrían aplicarse a cualquier otra clase de cuestiones: política, arte, en fin, lo que ustedes quieran...
Es evidente que las herejías han sido necesarias para la buena salud de la Iglesia. Y la misma Iglesia lo reconoce: O pontet haereses esse, “Es necesario que haya herejías.” Se sabe que son las oposiciones las que fortalecen a un régimen político. A eso se le llama hoy la impugnación. El film es por momentos completamente burlesco, como pocas veces lo ha sido un film de Buñuel, y en momentos extrañamente emocionante. Siempre es milagroso, en Buñuel, dónde y cómo, incluso con un tema irreal, consigue emocionarnos. Cuando veo uno de sus films, me digo: no entiendo nada de este hombre. Lo conozco bastante bien, he vivido a su lado, he escrito no pocos argumentos con él, pero cuando vi este film me di cuenta de que había en él una nueva dimensión que no estaba en el argumento. Me pareció fascinante. Y lo mismo sucede con sus otros films.
Una de las condiciones primordiales del argumento es que en el film ya no existen ni el tiempo ni el espacio. Deliberadamente, y como sólo Dios podría hacerlo, hemos suprimido tiempo y espacio desde el principio. Los dos peregrinos que van desde París a Santiago de Compostela pasan de un país a otro con frecuencia, y sobre todo a la época de Cristo y sus apóstoles, se encuentran en el siglo XVII, asistiendo a un duelo entre un jesuita y un jansenita, o bien en la Edad Media en una ciudad recién saqueada. Esto no los asombra, o los asombra muy poco. Encuentran ángeles o demonios, y les parece normal. Se trata de una condición del film. Se le acepta o se le rechaza. Pero es imposible hacer un film maravilloso con personajes totalmente instalados en el mundo habitual, que se asombran cada vez que les sucede algo extraño. Nuestros dos peregrinos tienen características enteramente diferentes. Todo está bosquejado, nunca será un film psicológico. Lejos de nuestro propósito tal horror.
Hay una especie de gratuidad que se desarrolló durante la filmación, una libertad de inspiración total. Es decir que cuando Buñuel tiene ganas de hacer aparecer un personaje, lo hace aparecer, trátese de quién se trate. Es un film muy difícil de contar, de resumir verbalmente. Habrá muchos números especiales de revistas dedicados a este film. Sobre todo de revistas eclesiásticas. Y no estarán nada de acuerdo entre ellas. Hay también en el film una visión de Cristo, de los apóstoles, de la virgen, de los cuales hace mucho que venia hablando Buñuel. Este, desde hace años, tenía ganas de mostrar a Cristo con su aspecto tradicional, convencional, con cabellos largos, hermosa túnica, etcétera, pero moviéndose como un hombre: riendo, cantando, corriendo (lo cual nunca se ve en el cine). Pero pensaba que no valía la pena hacer todo un film sobre ello. Entonces ha metido en este film sobre las herejías varias secuencias en las que se ve a un Cristo nuevo, como en las bodas de Canaán, por ejemplo... sin que sea para nada un film situado en el nivel del anticlericalismo. El anticlericalismo no está en sus propósitos.
Pero terminemos de una vez por todas con sus pretendidas inquietudes religiosas: Buñuel es sincera, definitivamente ateo. Aparte de esto, parece que ha conservando (¿y quién no?) el sentido del misterio. Buñuel piensa, y sin duda espera, que este film sobre las herejías precipitará la próxima herejía que todos esperamos con una viva impaciencia. Se sabe que la Iglesia se dirige hacia un cisma. Hemos intentado, con nuestros medios modernos, acelerarlo. Buñuel está dotado de una gran libertad creadora.
Es asombroso en este sentido. Toma su distancia con respecto al guión y cada vez espera más de la filmación. Cuando escribe un argumento nunca habla de puesta en escena, o rara vez... Y gracias a esto, cuando se ve el film, aunque se conozca el argumento, hay un redescubrimiento total. Porque no se habían imaginado así las cosas. Cuando uno escribe con él, imagina la escena, es inevitable. Pero al verla en la pantalla, siempre es mucho mejor. Y esto sin que Buñuel use una técnica extraordinaria, o medios particularmente originales.
Él desconfía mucho de la originalidad. No busca ser original: lo es. No busca el escándalo: lo obtiene. Eso es muy evidente en este film. Una vez más, el final es prodigioso. Buñuel tiene genio para los finales. Los cinco últimos minutos de La Vía Láctea son extraordinarios, ya no sabe uno dónde está. Se halla como drogado. En estado de extrañeza. Hay como una magia en este film.
No hemos tratado las herejías una tras otra, es decir que no hemos estudiado el arianismo, el nestorianismo, etcétera, pero sí buscamos las cosas en las fuentes de las herejías, que son los seis grandes misterios de la religión católica... El primero y más importante es el de la doble naturaleza de Cristo (siendo Dios, ¿cómo podía ser hombre?, y viceversa). Es un misterio. De él surgen dos clases de herejía. Una que dice: “Era más Dios que hombre”. La otra afirma: “Era un hombre extraordinariamente dotado, pero de ningún modo era Dios”. Así es como un solo misterio puede dar lugar a dos herejías opuestas. ¿Qué es una herejía? Es que un día alguien decide creer en todo, salvo en un punto especial. Acepta toda la religión cristiana, salvo el hecho de que Cristo fuese realmente un hombre. Dice: “No, Jesús sólo tenía la apariencia de un hombre. De hecho, os digo que Jesús no comía”. Y por este detalle está dispuesto a matar o a morir. Pero está firmemente convencido de que posee la verdad, de que la verdad se halla en este detalle: Jesús no comía, sólo fingía comer.
Este fenómeno de individualismo extremo en la búsqueda de la verdad, que se va esbozando y escindiendo, tendiendo a lo infinitamente pequeño, forma el nudo del tema. Eso puede conducir al sinsentido total, al absurdo completo, pero siempre trágico.
Enumeremos los seis grandes misterios (les daré un cursillo de teología): tras el misterio de la doble naturaleza de Cristo, hay el de la Santa Trinidad. ¿Cómo se puede ser tres y uno al mismo tiempo? Luego el conjunto de los misterios que conciernen a la Virgen María: la Inmaculada Concepción por una parte; la Virginidad por otra. Luego la Eucaristía: cómo el pan puede ser a la vez pan y cuerpo de Jesús. Luego el misterio de la libertad del hombre, o de su libre albedrío: cómo un hombre puede ser a la vez libre y cómo Dios puede saber de antemano lo que ese hombre va a hacer. De ahí vienen las interminables discusiones respecto del problema de la gracia. En fin, último misterio, quizá el que más interesa a Buñuel: el origen del Mal en el mundo. ¿Cómo Dios, que es todo bondad, pudo crear el Mal? Esta imposibilidad magnífica de creer en la maldad de Dios, esta exculpación de Dios, ha hecho nacer las herejías maniqueas, que dicen : Dios es tan bueno que no ha podido crear el Mal, luego, el Mal, como Él, existía desde la eternidad; luego, el Demonio existía y no fue Dios quien lo creó. Este misterio tendrá su importancia en el film. Éste y aquéllos relativos a la Virgen María, que son los más dulces, los más inefables. Todo lo que es texto religioso, frases del Evangelio, palabras de Cristo o de los apóstoles, todo lo que los santos dicen en el film es auténtico, salvo error de nuestra parte, o sea que si hay error, es que nos equivocamos. No hay deformación voluntaria; sólo una selección.
Es un film en colores. Ahora todos los films son en colores. Éste se adorna con los colores sobrenaturales de Christian Matras. Hay una gran sencillez en la puesta en escena; voluntariamente se buscó lo clásico, lo tradicional. No hay experimentos técnicos. Eso es algo que según Buñuel no debe verse. Y sin embargo hay una gran sabiduría en ello. Una de las más bellas frases de Buñuel es la siguiente: “Todo lo que no es tradición, es plagio”. Algo para meditar largamente."
Selección de declaraciones de Jean-Claude Carrière recogidas por Hubert Arnault en La Revue du Cinéma. Image et Son, número 225, de febrero de 1969.
Un gran hotel, muy hermoso, en la montaña. Una especie de felicidad. Hablábamos de la Gracia, de la Santa Trinidad, durante todo el día. El otoño era soberbio. A los dos meses ya teníamos escrito un proyecto de argumento que constituía una cincuentena de páginas.
Se lo dimos a leer a un productor que vino a Madrid y al cabo de una hora lo aceptó (era el productor del Diario de una camarera, Serge Silberman). Le gustó, presintió realmente el film. Buñuel tenía asuntos que arreglar en México, y se fue para allá; yo también tenía cosas que me esperaban, pero en febrero volvimos a reunirnos en México, en un hotel alejado de la capital, en pleno trópico, en San José Purúa, donde él ha escrito todos sus argumentos desde 1948 (es hombre de costumbres). Trabajamos en el argumento, lo cambiamos mucho, y al final de marzo Buñuel vino a París para comenzar la preparación del film; yo me quedé tres semanas en Nueva York, donde trabajaba con Forman. Me cité con Buñuel en París, a finales de abril, y allí terminamos el guión, que filmó ese verano. Esta es la historia. Hay muchas cosas en este film. Y la exégesis podrá darse vuelo. Es un film irrealista, quiero decir un film maravilloso en el sentido original de la palabra.
Tomamos como pretexto dos peregrinos, mitad vagabundos, mitad mendigos, mitad ladrones, que, en nuestros días, van de París a Santiago de Compostela, es decir, que hacen la famosa peregrinación sobre el camino de Santiago. Por el camino, que recorren unas veces a pie y otras andando (como ellos dicen), a veces incluso haciendo dedo, tienen muchos encuentros y sufren varias aventuras. La forma es un poco la de las novelas picarescas españolas del siglo XVI, por ejemplo El Lazarillo de Tormes, en las que alguien sale de su pueblo para caminar hacia no se sabe dónde. ¿Adónde va Don Quijote? Nunca se sabrá... Aquí es un poco lo mismo. Están dispuestos a detenerse donde sea, a encontrar Io que sea, y se topan con cosas enteramente extrañas, frecuentemente sobrenaturales. En cierto modo es la vía de los prodigios la que los lleva a Santiago, y todo lo que encuentran de cerca o de lejos concierne a la historia de nuestra santa religión, particularmente a la historia de las herejías. Esta dispersión, este movimiento, estas detenciones, a veces cortas, a veces largas, nos han evitado, creo, hacer un film demasiado didáctico, pero de hecho todos los grandes misterios de la religión católica que han suscitado herejías (porque las herejías nacen siempre de los misterios), son evocados uno tras otro, y me parece que esto será claro para las mentes enteradas y aun para las no enteradas.
Sólo una secuencia se hizo para que fuese incomprensible, la que concierne a los problemas de la gracia y la libertad, el duelo entre el jesuita y el jansenita. Y son así, las palabras pueden ser oscuras, pero son exactas. Hay otro punto que debiera ser evidente: es un film de ambiente religioso, que trata únicamente, y de modo casi obsesivo, problemas religiosos y heréticos. De hecho, este itinerario, estas contradicciones, estos problemas, podrían aplicarse a cualquier otra clase de cuestiones: política, arte, en fin, lo que ustedes quieran...
Es evidente que las herejías han sido necesarias para la buena salud de la Iglesia. Y la misma Iglesia lo reconoce: O pontet haereses esse, “Es necesario que haya herejías.” Se sabe que son las oposiciones las que fortalecen a un régimen político. A eso se le llama hoy la impugnación. El film es por momentos completamente burlesco, como pocas veces lo ha sido un film de Buñuel, y en momentos extrañamente emocionante. Siempre es milagroso, en Buñuel, dónde y cómo, incluso con un tema irreal, consigue emocionarnos. Cuando veo uno de sus films, me digo: no entiendo nada de este hombre. Lo conozco bastante bien, he vivido a su lado, he escrito no pocos argumentos con él, pero cuando vi este film me di cuenta de que había en él una nueva dimensión que no estaba en el argumento. Me pareció fascinante. Y lo mismo sucede con sus otros films.
Una de las condiciones primordiales del argumento es que en el film ya no existen ni el tiempo ni el espacio. Deliberadamente, y como sólo Dios podría hacerlo, hemos suprimido tiempo y espacio desde el principio. Los dos peregrinos que van desde París a Santiago de Compostela pasan de un país a otro con frecuencia, y sobre todo a la época de Cristo y sus apóstoles, se encuentran en el siglo XVII, asistiendo a un duelo entre un jesuita y un jansenita, o bien en la Edad Media en una ciudad recién saqueada. Esto no los asombra, o los asombra muy poco. Encuentran ángeles o demonios, y les parece normal. Se trata de una condición del film. Se le acepta o se le rechaza. Pero es imposible hacer un film maravilloso con personajes totalmente instalados en el mundo habitual, que se asombran cada vez que les sucede algo extraño. Nuestros dos peregrinos tienen características enteramente diferentes. Todo está bosquejado, nunca será un film psicológico. Lejos de nuestro propósito tal horror.
Hay una especie de gratuidad que se desarrolló durante la filmación, una libertad de inspiración total. Es decir que cuando Buñuel tiene ganas de hacer aparecer un personaje, lo hace aparecer, trátese de quién se trate. Es un film muy difícil de contar, de resumir verbalmente. Habrá muchos números especiales de revistas dedicados a este film. Sobre todo de revistas eclesiásticas. Y no estarán nada de acuerdo entre ellas. Hay también en el film una visión de Cristo, de los apóstoles, de la virgen, de los cuales hace mucho que venia hablando Buñuel. Este, desde hace años, tenía ganas de mostrar a Cristo con su aspecto tradicional, convencional, con cabellos largos, hermosa túnica, etcétera, pero moviéndose como un hombre: riendo, cantando, corriendo (lo cual nunca se ve en el cine). Pero pensaba que no valía la pena hacer todo un film sobre ello. Entonces ha metido en este film sobre las herejías varias secuencias en las que se ve a un Cristo nuevo, como en las bodas de Canaán, por ejemplo... sin que sea para nada un film situado en el nivel del anticlericalismo. El anticlericalismo no está en sus propósitos.
Pero terminemos de una vez por todas con sus pretendidas inquietudes religiosas: Buñuel es sincera, definitivamente ateo. Aparte de esto, parece que ha conservando (¿y quién no?) el sentido del misterio. Buñuel piensa, y sin duda espera, que este film sobre las herejías precipitará la próxima herejía que todos esperamos con una viva impaciencia. Se sabe que la Iglesia se dirige hacia un cisma. Hemos intentado, con nuestros medios modernos, acelerarlo. Buñuel está dotado de una gran libertad creadora.
Es asombroso en este sentido. Toma su distancia con respecto al guión y cada vez espera más de la filmación. Cuando escribe un argumento nunca habla de puesta en escena, o rara vez... Y gracias a esto, cuando se ve el film, aunque se conozca el argumento, hay un redescubrimiento total. Porque no se habían imaginado así las cosas. Cuando uno escribe con él, imagina la escena, es inevitable. Pero al verla en la pantalla, siempre es mucho mejor. Y esto sin que Buñuel use una técnica extraordinaria, o medios particularmente originales.
Él desconfía mucho de la originalidad. No busca ser original: lo es. No busca el escándalo: lo obtiene. Eso es muy evidente en este film. Una vez más, el final es prodigioso. Buñuel tiene genio para los finales. Los cinco últimos minutos de La Vía Láctea son extraordinarios, ya no sabe uno dónde está. Se halla como drogado. En estado de extrañeza. Hay como una magia en este film.
No hemos tratado las herejías una tras otra, es decir que no hemos estudiado el arianismo, el nestorianismo, etcétera, pero sí buscamos las cosas en las fuentes de las herejías, que son los seis grandes misterios de la religión católica... El primero y más importante es el de la doble naturaleza de Cristo (siendo Dios, ¿cómo podía ser hombre?, y viceversa). Es un misterio. De él surgen dos clases de herejía. Una que dice: “Era más Dios que hombre”. La otra afirma: “Era un hombre extraordinariamente dotado, pero de ningún modo era Dios”. Así es como un solo misterio puede dar lugar a dos herejías opuestas. ¿Qué es una herejía? Es que un día alguien decide creer en todo, salvo en un punto especial. Acepta toda la religión cristiana, salvo el hecho de que Cristo fuese realmente un hombre. Dice: “No, Jesús sólo tenía la apariencia de un hombre. De hecho, os digo que Jesús no comía”. Y por este detalle está dispuesto a matar o a morir. Pero está firmemente convencido de que posee la verdad, de que la verdad se halla en este detalle: Jesús no comía, sólo fingía comer.
Este fenómeno de individualismo extremo en la búsqueda de la verdad, que se va esbozando y escindiendo, tendiendo a lo infinitamente pequeño, forma el nudo del tema. Eso puede conducir al sinsentido total, al absurdo completo, pero siempre trágico.
Enumeremos los seis grandes misterios (les daré un cursillo de teología): tras el misterio de la doble naturaleza de Cristo, hay el de la Santa Trinidad. ¿Cómo se puede ser tres y uno al mismo tiempo? Luego el conjunto de los misterios que conciernen a la Virgen María: la Inmaculada Concepción por una parte; la Virginidad por otra. Luego la Eucaristía: cómo el pan puede ser a la vez pan y cuerpo de Jesús. Luego el misterio de la libertad del hombre, o de su libre albedrío: cómo un hombre puede ser a la vez libre y cómo Dios puede saber de antemano lo que ese hombre va a hacer. De ahí vienen las interminables discusiones respecto del problema de la gracia. En fin, último misterio, quizá el que más interesa a Buñuel: el origen del Mal en el mundo. ¿Cómo Dios, que es todo bondad, pudo crear el Mal? Esta imposibilidad magnífica de creer en la maldad de Dios, esta exculpación de Dios, ha hecho nacer las herejías maniqueas, que dicen : Dios es tan bueno que no ha podido crear el Mal, luego, el Mal, como Él, existía desde la eternidad; luego, el Demonio existía y no fue Dios quien lo creó. Este misterio tendrá su importancia en el film. Éste y aquéllos relativos a la Virgen María, que son los más dulces, los más inefables. Todo lo que es texto religioso, frases del Evangelio, palabras de Cristo o de los apóstoles, todo lo que los santos dicen en el film es auténtico, salvo error de nuestra parte, o sea que si hay error, es que nos equivocamos. No hay deformación voluntaria; sólo una selección.
Es un film en colores. Ahora todos los films son en colores. Éste se adorna con los colores sobrenaturales de Christian Matras. Hay una gran sencillez en la puesta en escena; voluntariamente se buscó lo clásico, lo tradicional. No hay experimentos técnicos. Eso es algo que según Buñuel no debe verse. Y sin embargo hay una gran sabiduría en ello. Una de las más bellas frases de Buñuel es la siguiente: “Todo lo que no es tradición, es plagio”. Algo para meditar largamente."
Selección de declaraciones de Jean-Claude Carrière recogidas por Hubert Arnault en La Revue du Cinéma. Image et Son, número 225, de febrero de 1969.