Ian Fleming está obsesionado con la comida; la gula, más que la lujuria, es la corriente eléctrica de las aventuras de su héroe. Los neófitos de James Bond, imaginándolo como el matón que vuelve a ser ahora en el cine, se sorprenderán al ver cuánto tiempo pasa Bond, en Casino Royale y en los otros Bond de los inicios, aconsejando a sus chicas y a sus superiores qué deben comer, con el autor mirándonos por encima del hombro mientras examina el menú: el problema con el caviar, afirma Bond, es que tenga suficiente tostada (falso); la cocina inglesa es la mejor del mundo cuando está bien hecha (desde luego que falso en esa época); y el champán rosado va bien con los cangrejos de río (muy cierto). Su creador, siente uno al crecer la excitación, no sólo detalla el menú como lo haría un camarero, sino que realmente se sienta a la mesa y lo comparte con él.
[Adam Gopnik: Libros cocidos]