viernes, 25 de septiembre de 2009

El pescado hablador

He intentado copiarme la cocina que aparece en cierto número de obras relativamente recientes. Empecé, como un tonto, con varias recetas de la obra que le ganó un Nobel a Günter Grass, El rodaballo, la alegoría épica de la historia alemana contada a través de la parábola eternamente repetida de un pescado malvado, un hombre crédulo, una mujer virtuosa y muchas, muchas patatas. El Rodaballo hablador, al ser al mismo tiempo un demonio malvado y la conciencia central de la obra, tiene un comprensible interés de clase en que no se lo coman, así que hay pocas recetas de pescado en El rodaballo […]

Hay un momento bonito, sin embargo, cuando el Rodaballo que no calla, quien "conocía todas las recetas que se habían usado para cocinar a sus congéneres", menciona pochar el pescado en vino blanco y alcaparras. Bueno, de su boca a mi plato: Hice justo eso, con un buen filete comprado en Citarella, y, como se sugería, añadí acedera. Luego, al leer más tarde lo que se podía hacer con patatas y mostaza –la patata, con su falsa promesa de nutrición barata para todos, es, supongo, la representación de la falsa esperanza de la Ilustración en Alemania, pero la mostaza seguramente puede representar el genio salvador del rococó bávaro- hice un gratin con mostaza de acompañamiento. Estuvo bien, pero me recordó por qué en un momento en que la cocina española está en todas partes e incluso la gastronomía inglesa se canoniza por primera vez, no hay mucha gente que defienda que la cocina alemana es algo más que pescado, patatas y sauerbraten. Comerme el rodaballo de Grass fue a la práctica como leer una de sus novelas: nutritivo, pero un poco soso y pesado.

[Adam Gopnik: Libros cocidos]