Finalmente, en la cumbre de la última y más alta de las colinas encontré un grupo de cincuenta soldados descansando y calentando latas de comida. Sus rostros no transmitían el menor entusiasmo. Me dirigí a su teniente y le pregunté dónde estaban teniendo lugar los tiroteos. "Es difícil saberlo con exactitud", contestó, "Nosotros somos el pelotón más avanzado del frente, eso es todo". El teniente intentó consolarme con una lata de comida. Justo cuando me disponía a abalanzarme sobre el estofado, que tenía por otra parte una pinta horrible, oí silbar a un obús, así que me eché cuerpo a tierra, tirándome encima todas las habichuelas. Se trataba en efecto de un obús alemán, que aterrizó a unos pocos cientos de metros, sin embargo.
Cuando levanté la cabeza, el teniente (que no había movido una pestaña) estaba mirándome. Era un hombre bien pagado de sí mismo. Me levanté torpemente, me sacudí las habichuelas y le confesé que desde mi punto de vista esta guerra era como una actriz madura: cada vez más peligrosa y cada vez menos fotogénica.
[Robert Capa, Ligeramente desenfocado]