El gran pintor Wu-Tao-Tzu recibió una orden del emperador: «Pinta un cuadro que me revele el secreto la belleza», para lo cual le dieron un muro del palacio. Si se negaba le cortarían la cabeza.
El artista se encerró varios meses, trabajando. Un día anunció que la obra estaba terminada. El emperador, acompañado por su corte y sus verdugos, se sentó frente a la tela que cubría el mural.
-¡Espero conocer el secreto de la belleza para usarlo en apoyo de mis órdenes! -murmuró ansioso el monarca.
Wu-Tao-Tzu retiró el paño y descubrió un paisaje vasto como el mundo, en medio cual se elevaba una montaña. ¡Todos lo miraron embelesados! Pasada la primera impresión, el emperador gruñó:
-¡Es un bello paisaje, nada más! ¿Dónde está el secreto que pedí? El pintor respondió:
-Lo tiene un espíritu que vive en la caverna, al pie de esta montaña...
¡Y en ese mismo momento se abrió la boca una caverna en la montaña! El pintor continuó: -Lo que hay en el interior es tan bello que nada podría expresarlo. ¡Majestad, le voy a mostrar cómo obtenerlo!
El pintor golpeó sus manos, se hizo diminuto y entró en la cueva. La piedra que hacía de puerta, se cerró tras él. La pintura, poco a poco, comenzó a desvanecerse, hasta que el muro quedó blanco y vacío. Nadie volvió a ver a Wu-Tao-Tzu.
[Alejandro Jodorowsky, La sabiduría de los cuentos]