Si el concepto de arte es creciente y cambiante no resulta fácil acomodar en él según qué cosas. Tal vez sea cierto que el arte como tal ha muerto, que la categoría ya no tiene sentido. Desaparecidos los condicionantes que le dieron lugar es difícil mantener el concepto de arte como una categoría momificada.
No me invento nada. Hace ya más de seis décadas el filósofo Etienne Gilson detectó un cambio en ese sentido, de tal modo que algunas experiencias estéticas parecían excluir el disfrute o incluso la posibilidad misma de otras experiencias estéticas. En aquella sociedad francesa de posguerra, en la que por primera vez la cultura se extiende, los medios de comunicación de masas comienzan a imponerse, crece el consumo de información, las visitas a museos, aparece el concepto de ocio cultural, el público dispone de más tiempo libre y más dinero para invertir en él la cultura cambia. Ya no hay una alta cultura, manifestaciones artísticas cultas cerradas en compartimentos estancos perfectamente definidos. Los límites entre lo culto y lo popular se desdibujan, las bellas artes comienzan a sobrepasar sus bordes, nuevas manifestaciones de carácter cultural y estético reclaman ser tenidas en cuenta. Los conceptos de arte, de cultura y de estética reclaman una revisión urgente. Cosas que antes no eran arte comienzan ahora a serlo, cosas que no se consideraban manifestaciones culturales pasan ahora a ostentar esa categoría. Hablamos de hace más de 60 años. Y desde entonces el proceso no ha parado.
[Jorge Guitián, ¿La cocina es arte?]