viernes, 11 de diciembre de 2009

Sentidos

Tan pronto como nacemos, nuestros sentidos externos comienzan a funcionar y a transmitirnos percepciones de los objetos sensibles y es esto indudablemente lo que nos inclina a pensar que son naturales. Pero los objetos de lo que llamo los sentidos internos, o sentidos de lo bello y de lo bueno, no se nos presentan en tan temprana edad a nuestro espíritu. Tiene que pasar algún tiempo antes que los niños reflexionen, o al menos que den indicios de reflexión, en torno a las proporciones, semejanzas y simetrías, en torno a los efectos y los caracteres. Sólo llegan a conocer un poco más tarde las cosas que provocan el gusto o la repugnancia interna. Y por ello hay que suponer que aquellas facultades que llamo los sentidos internos de lo bello y de lo bueno, proceden únicamente de la instrucción y de la educación. Pero sea cual sea la noción que se tenga de la virtud o de la belleza, un objeto virtuoso o bueno es una ocasión de aprobación y de placer de igual modo que los manjares son objeto de nuestro apetito. Y ¿qué importancia tiene que los primeros objetos se manifiesten más tarde o más temprano? Si los sentidos únicamente se desarrollasen en nosotros de manera paulatina y unos después que otros, ¿dejarían por ello de ser menos sentidos y facultades? ¿Y podríamos acaso concluir que no hay verdaderamente en los objetos visibles ni color, ni forma, dado que nos fue necesario tiempo y enseñanza para poder apreciarlos y dado que no haya entre nosotros ni siquiera dos personas que los aprecien de igual modo?

[Diderot, Investigaciones filosóficas sobre el origen y naturaleza de lo bello]