Hay que decir que los 70, aparte de pantalones de campana, pelucones, películas de desastres y otras excentricidades (véanse «The Man Who Fell to Earth» o «The Rocky Horror Picture Show», por ejemplo), fueron años en los que la ciencia-ficción cobró cierto prestigio, y los grandes autores arropados por los tremendos avances en los efectos especiales, se lanzaron de cabeza a dirigir ciencia-ficción. Películas como «La naranja mecánica» (Stanley Kubrick, 1971), «Solaris» (Andrei Tarkovsky, 1972), «El dormilón» (Woody Alien, 1973) o «La Guerra de las Galaxias» (George Lucas, 1977) sacaron a la ciencia-ficción del desván, acercándola al gran público y aún mas allá de lo concebible: a las salas de arte y ensayo. Por su parte, los marcianos seguían siendo monstruos abominables e indescriptibles que rara vez servían a los intereses contestatarios de los directores de la época, sin embargo ya se empezaba a notar cierta coña en su tratamiento cinematográfico, lo que, según los expertos, indica una madurez del género. En cualquier caso, dos películas cambiaron totalmente la visión de los extraterrestres y marcaron profundamente su filmografía futura. «Encuentros en la tercera fase» (Steven Spielberg, 1977), convirtió a los extraterrestres en benévolos elfos cabezones, de acuerdo con las más modernas teorías ufológicas. La importancia de la película de Spielberg va mas allá de lo cinematográfico y entra en el campo de lo sociológico: después de su estreno se registró toda una plaga de secuestros de amas de casa por hombrecillos con los dedos muy largos y claras intenciones de confraternizar con los terrestres. El otro hito de los 70 que marcó el cine de invasiones de manera permanente fue el estreno de «Alien, el octavo pasajero» (Ridley Scott, 1979), una película de monstruos de los 50 adaptada a la sensibilidad de la época y con un monstruo que por primera vez resultaba creíble.
[Pedro Duque, Arañas de Marte]