lunes, 8 de febrero de 2010

¿Hemos sido capaces de capturar algo más bello?


El cine llegó a mi vida a una edad muy temprana. Me recuerdo de niño, sentado en el cine de una pequeña ciudad lituana. Mis amigos están sentados junto a mí, oliendo a paja y a caramelos soviéticos baratos. Las luces del techo se apagan lentamente, se escucha el zumbido del proyector al encenderse y durante unos segundos, todos quedamos envueltos por la oscuridad y el silencio. En unos instantes se iluminará la pantalla. Me hubiera gustado que esos segundos durasen tanto como fuera posible. En el silencio y la oscuridad tras las cuales todo puede suceder.
La expectación une a la audiencia. Todos parecen contener la respiración, incluso esos jóvenes ruidosos que poco después estarán arrojando comentarios y envoltorios de golosinas a la luz del proyector.

¿Queda lugar para el silencio en esta era de luz, información y movimiento? A menudo se asocia equivocadamente el silencio con el vacío. Pero es del silencio de donde surge el pensamiento. Con frecuencia echamos mano de conversaciones sin sentido, torrentes de información y ruido innecesario para disfrazar el vacío que nos invade. La capacidad de pararse a reflexionar sobre la realidad a través de la imagen se está convirtiendo en uno de los mayores retos del cine documental contemporáneo.


Al ver la película muda de los hermanos Lumière ‘Repas de bébé’ los espectadores de aquella época, puros y vírgenes en un sentido cinematográfico, se maravillaban ante el temblor de las hojas de los árboles en segundo plano. ¿Hemos sido capaces, en cien años de cine, de capturar algo más bello que esas hojas de árbol que han perdurado cien años? Venero el silencio. Ese silencio que está lleno de poesía, expectación y colores. Ese silencio que, tras desembarazarse del peso del flujo informativo, te toma de la mano y te guía por el mundo de los matices y del espacio infinito...

Audrius Stonys