jueves, 29 de diciembre de 2011
viernes, 23 de diciembre de 2011
sábado, 3 de diciembre de 2011
domingo, 25 de septiembre de 2011
miércoles, 24 de agosto de 2011
domingo, 21 de agosto de 2011
Ganadores de la Gamescon 2011
Mejor hardware o accesorio: PlayStation Vita (Sony)
Mejor juego de consola: FIFA 12 (Electronic Arts)
Mejor juego de portátil/móvil: Uncharted: Golden Abyss (Sony)
Mejor juego en línea: Star Wars: The Old Republic (Electronic Arts)
Mejor juego de PC: Diablo III (Blizzard)
Mejor juego de navegador: Los Sims Social (Electronic Arts)
Mejor juego familiar: Sesame Street: Once Upon a Monster (Warner Bros.)
Sitio oficial aquí.
viernes, 5 de agosto de 2011
viernes, 15 de julio de 2011
Cielos
La asociación entre alienígenas y cristianismo la refuerza el parentesco de las andanzas de Klaatu (el alienígena de Ultimátum a la Tierra, Robert Wise, 1951) con la pasión de Cristo: un enviado del cielo de semblanza humana baja a la Tierra con un mensaje de paz y adopta el nombre de Carpenter (“carpintero” en inglés); no es escuchado ni reconocido por los hombres, pese a practicar un milagro; muere a manos de los soldados y poco después resucita. Culmina su apostolado terrenal con un sermón donde se alternan promesas y amenazas, y, a continuación, sube al cielo, dejando a los mortales escoger entre la salvación o la condenación. Las alusiones religiosas resultaban tan flagrantes que la Brenn Censorship Office –el organismo encargado de velar por la “corrección ideológica” de los filmes de Hollywood- objetó la resurrección de Klaatu argumentando que únicamente Dios podía hacer cosas semejantes. Hubo de corregirse el guión y dejar claro que se trataba de un regreso pasajero a la vida.
[Pablo Francescutti, La pantalla profética]
viernes, 1 de julio de 2011
¿Qué ha querido decir?
Lo que un director de cine diga de sí mismo o de su obra no creo que ayude a comprenderla. Cuando Manzoni habla de la novela histórica, no añade nada a lo que ha sido dicho en Los novios. El camino que un director de cine recorre para realizar una película está lleno de errores, de dudas, de defectos; por eso la cosa menos natural que se le puede pedir es que hable de su obra. En lo que respecta a mí, por cierto conocimiento que tengo de mí mismo, mis palabras servirán en todo caso para precisar un particular estado de ánimo, un vago conocimiento. En una palabra: ante esa pregunta preferiría responder: sucedían tales hechos en aquel período, veía a tales personas, leía tales libros, miraba tales cuadros, amaba a X, odiaba a Y, no tenía dinero, dormía poco...
Pero el editor me pide un prólogo y no puedo negarme, aunque escribir no sea lo mío, aunque el hablar de mí me cueste.
[Michelangelo Antonioni, prólogo a Seis Guiones]
viernes, 24 de junio de 2011
martes, 14 de junio de 2011
Ciudadano Borges
Citizen Kane (cuyo nombre en la República Argentina es El Ciudadano) tiene por lo menos dos argumentos. El primero, de una imbecilidad casi banal, quiere sobornar el aplauso de los muy distraídos. Es formulable así: un vano millonario acumula estatuas, huertos, palacios, piletas de natación, diamantes, vehículos, bibliotecas, hombres y mujeres; a semejanza de un coleccionista anterior (cuyas observaciones es tradicional atribuir al Espíritu Santo) descubre que esas misceláneas y plétoras son vanidad de vanidades y todo vanidad, en el instante de la muerte, anhela un solo objeto del universo ¡un trineo debidamente pobre con el que en su niñez ha jugado! El segundo es muy superior. Une al recuerdo de Koheleth el de otro nihilista: Franz Kafka. El tema (a la vez metafísico y policial, a la vez psicológico y alegórico) es la investigación del alma secreta de un hombre, a través de las obras que ha construido, de las palabras que ha pronunciado, de los muchos destinos que ha roto. El procedimiento es el de Joseph Conrad en Chance (1914) y el del hermoso film The Power and the Glory: la rapsodia de escenas heterogéneas, sin orden cronológico. Abrumadoramente, infinitamente, Orson Welles exhibe fragmentos de la vida del hombre Charles Foster Kane y nos invita a combinarlos y a reconstruirlo.
Las formas de la multiplicidad, de la inconexión, abundan en el film: las primeras escenas registran los tesoros acumulados por Foster Kane; en una de las últimas, una pobre mujer lujosa y doliente juega en el suelo de un palacio que es también un museo, con un rompecabezas enorme. Al final comprendemos que los fragmentos no están regidos por una secreta unidad: el aborrecido Charles Foster Kane es un simulacro, un caos de apariencias (corolario posible, ya previsto por David Hume, por Ernst Mach y por nuestro Macedonio Fernández: ningún hombre sabe quién es, ningún hombre es alguien). En uno de los cuentos de Chesterton -The Head of Caesar, creo-, el héroe observa que nada es tan aterrador como un laberinto sin centro. Este film es exactamente ese laberinto.
Todos sabemos que una fiesta, un palacio, una gran empresa, un almuerzo de escritores o periodistas, un ambiente cordial de franca y espontánea camaradería, son esencialmente horrorosos; Citizen Kane es el primer film que los muestra con alguna conciencia de esa verdad.
La ejecución es digna, en general, del vasto argumento. Hay fotografías de admirable profundidad, fotografías cuyos últimos planos (como las telas de los prerrafaelistas) no son menos precisos y puntuales que los primeros.
Me atrevo a sospechar, sin embargo, que Citizen Kane perdurará como "perduran" ciertos films de Griffith o de Pudovkin, cuyo valor histórico nadie niega, pero que nadie se resigna a rever. Adolece de gigantismo, de pedantería, de tedio. No es inteligente, es genial: en el sentido más nocturno y más alemán de esta mala palabra.
[Jorge Luis Borges, revista Sur, número 83, agosto de 1941]
domingo, 12 de junio de 2011
domingo, 29 de mayo de 2011
Oliver Atom fichaje estrella del Barça.
miércoles, 25 de mayo de 2011
domingo, 22 de mayo de 2011
Mundo Nuevo
La década que abarca de 1957 a 1967 constituye el período decisivo del franquismo. El Caudillo, con su proverbial astucia, se percató de que, salvados los traidores bajíos de la política internacional, la nave patria enfilaba ya, viento en popa, los escollos de una economía desastrosa. Renovarse o morir. Había que dejarse de pamemas y echarse en brazos del sistema capitalista y de la economía de mercado. Franco se afeitó el bigotito, archivó las carpetas del proyecto autárquico y desatornilló de sus poltronas a unos cuantos ministros falangistas para sentar en ellas a jóvenes tecnócratas opusdeístas. Una bocanada de aire fresco, con ciertos efluvios a incienso, circuló por las camarillas del poder. Elegantes ministros y pulidos subsecretarios se movían con soltura con la estampa de san Ramiro de Maeztu en la billetera, junto a la foto de familia numerosa («Nos han hecho ministros», se felicitó san Josemaría Escrivá, marqués de Peralta). Los españoles que cada noche salían al balcón, muchos en camiseta, otros en pijama a rayas, a escrutar el firmamento en busca de la parpadeante lucecita del Sputnik no eran conscientes de estar doblando la bisagra de una nueva era, ni advertían que después de tres lustros de difícil equilibrio en el trampolín de la escasez, se estaban columpiando sobre el embalse del aperturismo, de la liberalización, del neocapitalismo, de la abundancia consumista, de la sociedad del confort. La zambullida nos tomó por sorpresa. En un santiamén, se abrieron las esclusas, y dos millones de trabajadores españoles se vaciaron sobre Europa, mientras cuatro, seis, ocho millones de turistas europeos en paños menores trashumaban cada verano a nuestras cálidas playas, ávidos de insolación, de paella, de sangría y de burro-taxi typical. El negocio de exportar pobres e importar ricos atascaba de divisas las arcas del Estado; por otra parte, crecían las inversiones extranjeras, aprovechando que los salarios eran bajos y no había huelgas. Había que ser muy mal nacido y radioescucha de la emisora Pirenaica para negarse a admitir que el pueblo disfrutaba de un bienestar sin precedentes. Gas butano, tresillos de skay adornados con pañitos de croché y cojines de lana, secador de pelo, batidora Turmix, frigorífico, transistores vía Ceuta o Andorra, muebles de formica y diseño nórdico, cuartos de baño con bidé en una de cada cuatro viviendas, agua caliente en una de cada dos, utilitario familiar. Del subdesarrollo pasábamos al consumismo; del desempleo, al pluriempleo. Un mundo nuevo amanecía.
[Juan Eslava Galván, Historia de España contada para escépticos]
jueves, 19 de mayo de 2011
domingo, 24 de abril de 2011
sábado, 2 de abril de 2011
"Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es..."
Jorge Luis Borges
(1899–1986)
Biografía de Tadeo Isidoro Cruz
(1829-1874)
(El Aleph (1949)
I'm looking for the face I had
Before the world was made.
Yeats: The Winding Stair.
El seis de febrero de 1829, los montoneros que, hostigados ya por Lavalle, marchaban desde el Sur para incorporarse a las divisiones de López, hicieron alto en una estancia cuyo nombre ignoraban, a tres o cuatro leguas del Pergamino; hacia el alba, uno de los hombres tuvo una pesadilla tenaz: en la penumbra del galpón, el confuso grito despertó a la mujer que dormía con él. Nadie sabe lo que soñó, pues al otro día, a las cuatro, los montoneros fueron desbaratados por la caballería de Suárez y la persecución duró nueve leguas, hasta los pajonales ya lóbregos, y el hombre pereció en una zanja, partido el cráneo por un sable de las guerras del Perú y del Brasil. La mujer se llamaba Isidora Cruz; el hijo que tuvo recibió el nombre de Tadeo Isidoro.
Mi propósito no es repetir su historia. De los días y noches que la componen, sólo me interesa una noche; del resto no referiré sino lo indispensable para que esa noche se entienda. La aventura consta en un libro insigne; es decir, en un libro cuya materia puede ser todo para todos (1 Corintios 9:22), pues es capaz de casi inagotables repeticiones, versiones, perversiones. Quienes han comentado, y son muchos, la historia de Tadeo Isidoro, destacan el influjo de la llanura sobre su formación, pero gauchos idénticos a él nacieron y murieron en las selváticas riberas del Paraná y en las cuchillas orientales. Vivió, eso sí, en un mundo de barbarie monótona. Cuando, en 1874, murió de una viruela negra, no había visto jamás una montaña ni un pico de gas ni un molino. Tampoco una ciudad. En 1849, fue a Buenos Aires con una tropa del establecimiento de Francisco Xavier Acevedo; los troperos entraron en la ciudad para vaciar el cinto: Cruz, receloso, no salió de una fonda en el vecindario de los corrales. Pasó ahí muchos días, taciturno, durmiendo en la tierra, mateando, levantándose al alba y recogiéndose a la oración. Comprendió (más allá de las palabras y aun del entendimiento) que nada tenía que ver con él la ciudad. Uno de los peones, borracho, se burló de él. Cruz no le replicó, pero en las noches del regreso, junto al fogón, el otro menudeaba las burlas, y entonces Cruz (que antes no había demostrado rencor, ni siquiera disgusto) lo tendió de una puñalada Prófugo, hubo de guarecerse en un fachinal: noches después, el grito de un chajá le advirtió que lo había cercado la policía. Probó el cuchillo en una mata: poro que no le estorbaran en la de a pie, se quitó las espuelas. Prefirió pelear a entregarse. Fue herido en el antebrazo, en el hombro, en la mano izquierda; malhirió a los más bravos de la partida; cuando la sangre le corrió entre los dedos, peleó con más coraje que nunca; hacia el alba, mareado por la pérdida de sangre, lo desarmaron. El ejército, entonces, desempeñaba una función penal; Cruz fue destinado a un fortín de la frontera Norte. Como soldado raso, participó en las guerras civiles; a veces combatió por su provincia natal, a veces en contra. El veintitrés de enero de 1856, en las Lagunas de Cardoso, fue uno de los treinta cristianos que, al mando del sargento mayor Eusebio Laprida, pelearon contra doscientos indios. En esa acción recibió una herida de lanza.
En su oscura y valerosa historia abundan los hiatos. Hacia 1868 lo sabemos de nuevo en el Pergamino: casado o amancebado, padre de un hijo, dueño de una fracción de campo. En 1869 fue nombrado sargento de la policía rural. Había corregido el pasado; en aquel tiempo debió de considerarse feliz, aunque profundamente no lo era. (Lo esperaba, secreta en el porvenir, una lúcida noche fundamental: la noche en que por fin vio su propia cara, la noche que por fin oyó su nombre. Bien entendida, esa noche agota su historia; mejor dicho, un instante de esa noche, un acto de esa noche, porque los actos son nuestro símbolo.) Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es. Cuéntase que Alejandro de Macedonia vio reflejado su futuro de hierro en la fabulosa historia de Aquiles; Carlos XII de Suecia, en la de Alejandro. A Tadeo Isidoro Cruz, que no sabía leer, ese conocimiento no le fue revelado en un libro; se vio a sí mismo en un entrevero y un hombre. Los hechos ocurrieron así:
En los últimos días del mes de junio de 1870, recibió la orden de apresar a un malevo, que debía dos muertes a la justicia. Era éste un desertor de las fuerzas que en la frontera Sur mandaba el coronel Benito Machado en una borrachera, había asesinado a un moreno en un lupanar; en otra, a un vecino del partido de Rojas; el informe agregaba que procedía de la Laguna Colorada. En este lugar, hacía cuarenta años, habíanse congregado los montoneros para la desventura que dio sus carne a los pájaros y a los perros; de ahí salió Manuel Mesa, que fue ejecutado en la plaza de la Victoria, mientras los tambores sonaban para que no se oyera su ira; de ahí, el desconocido que engendró a Cruz y que pereció en una zanja, partido el cráneo por un sable de las batallas del Perú y del Brasil. Cruz había olvidado el nombre del lugar; con leve pero inexplicable inquietud lo reconoció... El criminal, acosado por los soldados, urdió a caballo un largo laberinto de idas y de venidas; éstos, sin embargo lo acorralaron la noche del doce de julio. Se había guarecido en un pajonal. La tiniebla era casi indescifrable; Cruz y ¡os suyos, cautelosos y a pie, avanzaron hacia las matas en cuya hondura trémula acechaba o dormía el hombre secreto. Gritó un chajá; Tadeo Isidoro Cruz tuvo la impresión de haber vivido ya ese momento. El criminal salió de la guarida para pelearlos. Cruz lo entrevió, terrible; la crecida melena y la barba gris parecían comerle la cara. Un motivo notorio me veda referir la pelea. Básteme recordar que el desertor malhirió o mató a varios de los hombres de Cruz. Este, mientras combatía en la oscuridad (mientras su cuerpo combatía en la oscuridad), empezó a comprender. Comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro. Comprendió que las jinetas y el uniforme ya lo estorbaban. Comprendió su íntimo destino de lobo, no de perro gregario; comprendió que el otro era él. Amanecía en la desaforada llanura; Cruz arrojó por tierra el quepis, gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra los soldados junto al desertor Martín Fierro.
miércoles, 30 de marzo de 2011
viernes, 25 de marzo de 2011
Teleshakespeare o la crítica del estricto presente
Conversación con Christine Henseler, profesora de Union College y doctora por la Universidad de Cornell, autora de diversos trabajos sobre ficción española contemporánea, acerca de Teleshakespeare (Errata Naturae), en librerías a partir del lunes 21 de marzo.
Háblame un poco sobre la portada de tu libro en relación con el significado del título, “Teleshakespeare”.
La portada surge de la idea de publicar el libro sin subtítulo. Los editores y yo barajamos un buen número de ellos, pero ninguno nos convencía, de modo que pensamos en una portada de David Sánchez (como todas las de Errata Naturae) en que se hiciera explícito que el libro hablaba sobre las series norteamericanas más emblemáticas de los últimos años y que en él tiene mucha importancia nuestra relación, digamos personal, con los personajes trágicos.
¿A qué género pertenece “Teleshakespeare” y qué significa el título?
Desde mi punto de vista es un ensayo, en el sentido más clásico (el de Montaigne), el de estar ensayando algo que jamás se puede concretar, sobre todo porque abordo obras en marcha, es decir, la crítica del estricto presente. Por otro lado, es creativo, parte del mismo proyecto de Los huérfanos y de Los muertos, es decir, de las novelas que estoy escribiendo o que acabo de publicar. El título quiere llamar la atención sobre el hecho siguiente: hoy en día, el legado de Shakespeare está más presente en los videojuegos, las series o la narrativa digital que en el teatro.
Si el sistema de transmediación está haciendo presente el legado de Shakespeare, ¿qué es lo que estás haciendo tú presente a través de esta publicación en papel?
Cuando hablo de “Shakespeare” en verdad no me refiero exactamente a la obra del escritor inglés, sino más bien a “La Literatura Occidental”, en el centro de cuyo canon se encuentran, por supuesto, Cervantes y Shakespeare. Ambos son autores que, en sus obras, supieron combinar alta exigencia artística y capacidad de seducción del público. Me interesa esa mezcla. El modo en que ellos trabajaron con tonos, lenguajes y géneros diversos, en su época, podría tener una correspondencia en la ficción cuántica de la nuestra. Trato de hacer presente esa posibilidad y de argumentarla. La metanovela de caballerías o el teatro isabelino, como la novela realista del XIX o el metacómic de superhéroes de finales del siglo XX, pueden verse como precursores de la serialidad televisiva del siglo XXI.
Y, si estás escribiendo un ensayo creativo sobre algo que está en marcha, ¿qué es lo que esperas concretar?
Por un lado, un posible estado de la cuestión (la cuestión sería, sobre todo, las series de televisión norteamericanas de la primera década del siglo XXI, analizadas desde la tradición literaria y cinematográfica, y en su contexto histórico). Por otro lado, mis percepciones respecto al arte de mi época y el modo en que mis propias obras de creación tratan de inscribirse en él.
Me encanta la idea que presentas en la página 29 de Teleshakespeare en que hablas del sinfín de microcríticos que comentan una obra en tiempo real, “que alimentaban la Lostpedia hasta convertirla en una biblioteca inabarcable, que se introdujeron en el laberinto de su videojuego y que juzgaron tan implacablemente su final que condenaron la teleserie: sublime como obra-en-marcha, pero discutible como obra cerrada”. Algunos críticos dirían que la literatura contemporánea de los Mutantes representa una Lostpedia, con más énfasis en Lost que en pedia…¿qué piensas?
Me parece que no existe, realmente, al menos en España y América Latina, una crítica de “los Mutantes”; porque nadie cree, realmente, que esa entidad exista y que, por tanto, pueda ser analizada como conjunto. No obstante, hay autores de la antología Mutantes que sí que trabajan en la dimensión laberíntica, lúdica, espectacular de la literatura (pienso en Manuel Vilas o en Agustín Fernández Mallo, quien defiende que escribe desde la información y no desde el conocimiento); pero no creo que los proyectos de Eloy Fernández Porta o de mí mismo puedan definirse sin la tradición, digamos occidental, de un pensamiento que en sus orígenes ilustrados fue enciclopedista y que aspira a una interpretación ensayística de la realidad.
En varios lugares de tu “Episodio Piloto” hablas de un giro en la sociedad contemporánea que incluye elementos como la desestabilización entre productor y consumidor, la simultaneidad de lo consumido y lo interpretado, la importancia de nodos o lugares de encuentro, la pixelación, la parodia y la cross-mediación. ¿Podrías explicar cómo estas ideas, mayoritariamente asociadas con Internet, se están traduciendo y usando en la literatura contemporánea y reproducida en soporte de papel?
En efecto, la clave es el papel. Para mí era muy importante que Crónica de viaje, mi libro en formato Google, fuera un libro impreso y en blanco y negro, para que estableciera una cierta tensión con lo digital, que es su origen. Lo mismo podría decir de Los muertos, aunque la novela también existiera, parcialmente, en los trailers. El contexto de esos proyectos es el de la literatura impresa que incorpora, con normalidad, imágenes; el de los relatos digitales hipertextuales; el de los debates literarios en blogs y redes sociales; el de las novelas o relatos más o menos clásicos que insisten en un motivo concreto, como una fotografía o un video, posiblemente por influencia de ciertos instantes de lo real que han sido repetidos hasta la saciedad por los canales de televisión; etc. Me gusta que hables de “traducción” y no de “influencia”, porque los lectores de hoy hemos aprendido antes a leer imágenes que a leer novelas, de modo que no se puede hablar de una secuencia en que A influye en B. En la ficción cuántica, de hecho, tampoco se puede ya, en muchos casos, hablar del libro como “original” de la obra, porque ésta a menudo tuvo en un blog o en un cómic sus primeros esbozos, y creció en paralelo en proyectos para papel y en proyectos para internet.
En la página 51 presentas la noción, extremadamente interesante por cierto, de la ficción cuántica, declarando que, “Porque la de nuestros días es una ficción cuántica.” ¿Podrías explicar qué es la ficción cuántica y cómo se relaciona con el mundo mediático en que se ubica la novela contemporánea?
Si los años 90 fueron los del arte relacional, en lo que respecta al arte contemporáneo, y los de la narración cross-media, en lo que respecta a los relatos de marketing; quizá en la primera década del siglo XXI podamos hablar de la ficción cuántica, como apropiación, por parte de las artes narrativas, de los mecanismos y estrategias relacionales y cross-mediáticos. La ficción cuántica (en el libro pongo los ejemplos de House of Leaves y de Fringe) apuesta por la complejidad, se desarrolla en universos paralelos (digitales y analógicos), se puede entender desde la física cuántica (en su versión simplificada), y combina especulación y entretenimiento, voluntad de conocimiento y de contar historias. Hace poco leía Constatación brutal del presente, de Javier Avilés, una novela surgida de un blog, que se puede entender como ficción cuántica. Lo mismo podría decirse, por ejemplo, de proyectos de Douglas Coupland, de Javier Fernández, de Dora García o de Pola Oloixarac. La “ficción cuántica” es una hipótesis de trabajo, una plataforma de interpretación, un lugar desde el que tratar de entender mi propia obra, no es una realidad dada, todavía.
En Teleshakespeare dices que, “la ficción cuántica se apropria sin ambages de su naturaleza de marketing, de su ambición tecnológica e integradora, de su condición viral, y la resemantiza; entronca con las poéticas que hicieron conceptualmente posible la existencia transmediática y las reivindica por su poder de disfusión e influencia (Cervantes, Sterne, Duchamp, Borges, Godard, Moore); reivindica el arte como complejidad científica, como crítica social e histórica, como vehículo de conocimiento disfrazado de vehículo de entretenimiento”.En lo que Henry Jenkins llama “transmedia,” diferentes tipos de medios permiten diferentes traducciones o interpretaciones de ese mundo de “teleseries” que comentas. Sin embargo, hay una diferencia entre el valor comercial atribuido a las técnicas y los productos que toman parte de este sistema y la conexión y manifestación metafísica establecida a través de diferentes técnicas literarias, o lo que llamas ficción cuántica. Entonces, para responder a los críticos que interpretan tu obra como comercial, como si hubiera sido producida en serie, que no encuentran la complejidad o el conocimiento bajo el disfraz del “vehículo de entretenimiento” ¿qué respondes?
Sobre lo primero que comentas, lo que realmente importa es la intención artística. Lo cross-media tenía, quizá, sobre todo una intención de marketing. Lo transmedia, casi siempre, se pone al servicio de la difusión comercial, masiva, de relatos. La ficción cuántica, sin duda, es una forma transmediática de contaminación viral, pero con una autoría (individual o colectiva) que está más cerca del arte que del departamento de producción o del de comunicación y publicidad. Sé que el concepto no es claro, pero en el fondo ningún concepto lo es. Llegué a él tras leer algunos libros de divulgación sobre física cuántica, teoría de redes, teoría del todo, complejidad, etc. y me permitió conectar algunos nodos de mi propia red personal de lecturas. Sólo después me he dado cuenta de que Mario Alvares y George Carrington son creadores cuánticos. Yo entiendo Los muertos sobre todo como una intervención política en el debate internacional sobre la gestión de la memoria histórica. Para bien o para mal, casi no ha sido leída así. Por un lado, ha habido críticos que no han podido o sabido lidiar con la forma (y, por tanto, han juzgado que el experimento, la hibridación de estrategias narrativas teleseriales y reflexión intelectual era fallido); por otro, críticos que no sólo han entendido la forma, sino que también han accedido, a través de ella, a los debates de fondo de la novela (las relaciones problemáticas de la literatura con lo audiovisual, de la novela con el ensayo, del arte con la memoria, de los seres humanos con los seres de ficción, etc.). El escritor Gonzalo Garcés, por ejemplo, situó la novela en la tradición moderna de la novela de ideas. Yo también la veo en esa tradición en que se encuentran desde Thomas Mann hasta Ricardo Piglia.
Jorge, háblame entonces un poco sobre el concepto de la ficción cuántica en relación a tu obra entera. ¿Cómo se manifiesta en tus diferentes proyectos?
Como te digo, el concepto es nuevo, hace tan sólo un año y medio que le doy vueltas, de modo que sólo forzando las cosas se podría aplicar a otras obras mías que no sean Los muertos y Los huérfanos (de hecho, la tercera parte de la trilogía, Los turistas, estará ambientada en el año 2000, cuando Internet no era lo que es ahora). Tal como yo lo veo, el concepto “viaje contra-espacial” fue central, aunque quizá menos de lo que pueda parecer, en el proyecto de escritura de viajes que comienza con La brújula, escrito entre 2004 y 2005 y publicado en 2006, y que acaba con Crónica de viaje, en 2009. Es posible que el de “ficción cuántica” esté explicando, parcialmente, la trilogía en que me he embarcado. Me interesa que un ensayo pueda iluminar, lateralmente, lo que estás escribiendo en el ámbito de la creación, por eso publiqué Viaje contra espacio y por eso he publicado ahora Teleshakespeare.
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