En el primer viaje, Colón se las vio y se las deseó para enrolar la tripulación necesaria. En total, fueron ochenta y siete hombres (otros dicen que algunos más), entre los cuales había cuatro condenados a muerte, a los que se les había prometido la libertad, y un intérprete judío converso que sabía hebreo, caldeo y «aun diz que arábigo», y que, como es natural, no se estrenó.
Esperaban llegar a las tierras de la abundancia descritas por Marco Polo unos siglos antes. Pero Marco Polo, siguiendo la ruta de la seda, había visitado realmente China y el Oriente. Por el contrario, las carabelas llegaron a un continente nuevo, completamente desconocido. Ni rastro de india, la de las especias, nada de palacios de jade y tejados de oro, nada de seda y joyas de ensueño. Lo que encontraron fueron unos pocos indios con taparrabos, más pobres que las ratas, ellas con las tetas al aire, todos sonriendo bobaliconamente. Había, sí, algunos productos que con el tiempo se mostrarían de mucho provecho (el maíz, el tomate, la patata, el tabaco), pero lo que Colón buscaba obsesivamente era oro, perlas, pimienta, y de esto, nada. Durante tres meses, Colón recorrió el mar de las Antillas, yendo de isla en isla, atropelladamente, vacilando sobre el rumbo que debía seguir, esperando siempre que la próxima escala fuera el fabuloso Japón.
Pero Japón, China y la India no aparecieron por parte alguna. El resultado de la primera expedición fue desalentador: poco oro y nada de especias, nada de los fabulosos reinos de Japón y China descritos por Marco Polo. Algo había fallado. En España, los cada vez más numerosos enemigos de Colón lo llamaban «almirante de los piojos que ha hallado tierras de vanidad y engaño para sepulcro y miseria de los hidalgos castellanos». Colón, tan mercader como siempre, acarició la idea de esclavizar a los indios para compensar la escasez de oro, pero Isabel la Católica rechazó, disgustada, el plan. No obstante, la esperanza seguía en pie. En los siguientes viajes, ya no hubo problemas para enrolar voluntarios, antes bien se produjeron colas, y la gente se daba de bofetadas por ir. Las nuevas tierras descubiertas no eran tan ricas como se pensaba pero se había corrido la especie de que las indias «son de muy buen acatamiento y son las mayores bellacas y más deshonestas y libidinosas mujeres que se han visto». Unos años más tarde, cuando el rebelde Roldán desertó de la primera colonia americana y se echó al monte, el programa electoral que pergeña para atraer a la gente a su bando abunda en la misma idea: «En lugar de azadones, manejaréis tetas; en vez de trabajos, cansancio y vigilias, tendréis placeres, abundancia y reposo.»
[Juan Eslava Galván, Historia de España contada para escépticos]